jueves, 2 de octubre de 2008

No se olvida

Jaime Ornelas Delgado

Hay fechas cargadas de simbolismo, que construyen percepciones e itinerarios de vida; definen generaciones y son referentes de identidad. El 2 de octubre es una de ellas, pero tan importante o más fue su expresión verbal inseparable: el “no se olvida” es una marca generacional, un sello político, una herencia ideológica, una actitud permanente y hasta se convirtió en programa y modo de vida para muchos. Unos lo vivieron, muchos otros –los más– leyeron testimonios, denuncias, la literatura política que produjo.
Ciertamente el país que buscó construir la democracia no empezó en el 68. El anochecer trágico de la plaza de Tlatelolco se inició muchos años antes. El México del desarrollo estabilizador era también el México de la ignominia; antes que el movimiento estudiantil fuera reprimido lo habían sido los almacenistas en 1940; los mineros de Nueva Rosita; los cooperativistas de la industria del vestido militar, los henriquistas; los telegrafistas, los petroleros, los maestros de la Sección IX de SNTE y los ferrocarrileros en 1959; los diversos grupos guerrilleros en Chihuahua y antes que Lucio Cabañas fueron asesinados Rubén Jaramillo, su mujer embarazada y todos sus hijos; también habían sido arbitrariamente presos el muralista comunista David Alfaro Siqueiros y el periodista Filomeno Mata; asimismo, los médicos en 1965 y muchos más conocieron la represión de parte de un régimen autoritario e insensible a los reclamos democráticos de los trabajadores de la ciudad y el campo; un régimen duro, inflexible y excluyente, capaz de reprimir ferozmente enmedio de un discurso revolucionario y en ocasiones hasta antiimperialista o creador de instituciones como el IMSS.
El 2 de octubre del 68 expresó al México urbano y su mundialización. El aparato de poder no se preparó para hacerle frente a un discurso que entremezcló las exigencias de justicia provenientes de la lectura marxista, con indeleble sello guevarista, con la imaginación libertaria que expresaron las pequeñas burguesías cada vez más numerosas de las universidades de las principales urbes del mundo.
El rostro del poder en México era el de nuestra arcaica dualidad: ganó el policía, no aquel que garantiza la seguridad sino el que reprime y suprime la libertad; “ganó” el político que se ocultó tras la razón de Estado, una abstracción con enorme potencial de crueldad. El temor inmenso al cuestionamiento de los fundamentos de su autoridad, llevó al gobierno a ocupar las calles con tanques y soldados y a perseguir y encarcelar a los jóvenes que creían de verdad en la posibilidad de construir un país distinto al que recibían en herencia.
El movimiento estudiantil de 1968 marcaría un hito en la historia política y cultural del país, fue la primera expresión trágica de una nueva presencia social y el aviso de que, en adelante, los ciudadanos movilizados exigirían del gobierno mucho más que crecimiento económico y estabilidad política. Demandarían también participación en las decisiones que afectan al país, la democratización de las instituciones, la pluralidad y el respeto a la ley.
Pero sobre todo, expresó el rechazo al presidencialismo autoritario, monolítico e indesafiable. En efecto, el movimiento mostró el afán ciudadano de desmantelar las bases del régimen presidencialista autócrata y patrimonialista: la impunidad, la corrupción, la política convertida en monopolio de la burocracia gubernamental, el partido de Estado, la persecución y represión a la disidencia.
No hubo cauces institucionales para procesar las demandas porque la autoridad confiaba en su propia fuerza. El poder no tenía por qué rendir cuentas al presente, el ayer era su fuente de legitimidad revolucionaria, una experiencia histórica de millones de la que se apropió un partido y un discurso. El país se redujo a esa visión: el México nacionalista y revolucionario del gobierno en turno. Eso se resquebrajó en el 68 apareciendo otras visiones, entre ellas, la de los vencidos.
El esquema de autoridad fue cuestionado en todos los espacios sociales comenzando por el de la familia. El “prohibido prohibir” significaba la exploración del cuerpo y la mente y de las relaciones. Los oráculos que cantaban en inglés, no demoraron la aparición de las peñas para entonar en español la crónica de las luchas que sostenía América Latina por su emancipación definitiva.
Si bien en diversos lugares de la República, como en Chihuahua o en Morelia, ya se había fracturado el discurso histórico del poder, el crimen masivo cometido por el gobierno aquel dos de octubre terminó con la legitimidad ideológica del régimen emanado de la Revolución Mexicana. La elite política sobreviviente emprendió la guerra sucia contra los grupos que no aceptaron la tímida reforma electoral que creó los diputados plurinominales y con el tiempo permitió la legalización de la perseguida izquierda.
El movimiento que tiene uno de sus hitos en el 2 de octubre, no es una conmemoración que se limite a una corriente específica, recuerda algo que atañe a la sociedad mexicana entera. Ayudó a derrotar el monopolio del poder político en el país y a reconocer que antes, durante y después del Estado es capaz de surgir la voluntad revolucionaria del pueblo y, con él, de los jóvenes.
Al plantearse así el movimiento del 68, si bien derrotado mediante el crimen masivo, ha seguido alentando muchas batallas populares en el país. Muchos combatientes de la generación del 68 se volvieron a encontrar el 10 de junio de 1971; en el 73 cuando se les demandó defender al presidente Salvador Allende; en la lucha de la tendencia democrática de los electricistas; en las solidarias acciones cuando el terremoto de 1985 asoló a la capital del país y en los esfuerzos por transformar las universidades públicas en instituciones al servicio de los intereses nacionales; en la prensa mexicana que lograron cambiar; en “la emergencia de la loca generación de abogados laborales honestos”, según los llamara Paco Ignacio Taibo II; en la guerrilla tan brutal e ilegalmente reprimida por el poder y pasaron también lista de presente en la insurgencia ciudadana de 1988 y 2006 cuando sólo el fraude electoral impidió a las fuerzas populares asumir el gobierno de México. Esas insurgencias, la de 1988 encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas y la de 2006 por Andrés Manuel López Obrador, son tributarias de aquel movimiento inolvidable.
A México, sin duda, aún le faltan muchos otros 68 por vivir, pero jamás habrá de permitirse un nuevo 2 de octubre.

lunes, 29 de septiembre de 2008

Tenían una lista de 135 líderes sociales para “liquidar” (HONDURAS)

Trabajadores universitarios hondureños detienen a policías en campus de UNAH

De la Redacción (la jornada 28-09-08)

Tegucigalpa, 27 de septiembre. Agentes policiales vestidos de civil fueron detenidos en las inmediaciones de las oficinas del Sindicato de Trabajadores de la Universidad Autónoma de Honduras (Sitraunah) con una lista de 135 nombres de dirigentes sociales a los que altos mandos de la seguridad pública buscan “liquidar”, denunciaron trabajadores universitarios.
La captura de los policías, el 10 de septiembre pasado, ocurrió tras varias acciones contra dirigentes sociales hondureños, incluido el asesinato de la secretaria general de la principal organización obrera del país, la Central de Trabajadores de Honduras, Altagracia Fuentes Gómez, en abril pasado, afirmó el presidente del Sitraunah, René Andino, en entrevista telefónica con La Jornada.
Miembros del Sitraunah detuvieron en el campus universitario a un hombre vestido de civil que tomaba fotos del local y minutos más tarde sorprendieron a otro que esperaba en las inmediaciones a bordo de una motocicleta, encubierto bajo una camisa de la compañía telefónica Hondutel.
Los dos sujetos, Nahún Sauceda y Roberto Quiñones, resultaron ser miembros de la Policía Nacional Preventiva y portaban armas Beretta. Tras registrar la motocicleta, los sindicalistas hallaron una lista de siete páginas con nombres de líderes sociales, incluida la recientemente asesinada Altagracia Fuentes Gómez.
Los agentes de la policía fueron liberados después de que el Sitraunah levantó un acta ante el Ministerio Público.
En la nómina también están el comisionado de los Derechos Humanos, Ramón Custodio, el propio Andino y reconocidos líderes magisteriales, indígenas, obreros, diputados, periodistas y sacerdotes, así como Carlos Reyes, dirigente del Bloque Popular, que agrupa a un conjunto de organizaciones que han expresado su apoyo a la adhesión de Honduras a la Alternativa Bolivariana de las Américas (Alba), que encabeza el presidente Hugo Chávez.
Los policías dijeron trabajar bajo las órdenes de la Unidad de Grupos de Presión del Ministerio de Seguridad, pero Andino y otros dirigentes sindicales y de organizaciones humanitarias sostienen que Sauceda y Quiñónez están a las órdenes del jefe de la Policía Nacional Preventiva, Salomón de Jesús Escoto Salinas, jefe del Batallón 316 del ejército, al cual se le atribuye la desaparición de 174 líderes sociales en los años 80.
Ante esa situación, el Centro de Prevención, Tratamiento y Rehabilitación de las Víctimas de la Tortura y sus Familiares solicitó a Amnistía Internacional y otras organizaciones internacionales que se mantengan atentos a las condiciones en que se encuentran Sauceda y Quiñones, así como las personas incluidas en la lista.
El Sindicato de Trabajadores de la Universidad Nacional Autónoma de México envió el 18 de septiembre una carta al presidente Manuel Zelaya en la que pide castigo para los responsables.
Andino dijo que las represalias contra el movimiento sindical son muestra de “los tentáculos de la oligarquía y del imperio estadunidense”, por el apoyo brindado al Alba y “porque siempre hemos estado en esta lucha para lograr una verdadera independencia”.

Un árbol de olivo

Eugenia Mihal *

Mi abuelo plantaba árboles de olivo. “Tardan mucho en crecer los olivos. Yo por vosotros los planto, aceite no comeré yo de ellos”, nos decía. Los plantaba, los cuidaba, los acariciaba. “Es por ustedes”, nos decía.
En un pueblo de Olimpia vivíamos. Recuerdo a mi abuelo. En cada árbol de olivo que plantó por nosotros, existe él. En cada árbol de olivo que plantó, yo me reencuentro con el pasado. En cada árbol de olivo que plantaba, él veía el futuro.
Quizás por eso algunos de nosotros y nosotras que nos metimos en esa aventura que se llamaba “Campaña Una Escuela para Chiapas”, quisimos llevar un árbol de olivo de Grecia y plantarlo en la tierra de la Selva Lacandona, en “nuestra escuela”. Por el futuro que simbolizaba en los ojos de nuestros abuelos, que lo encontrábamos una vez más como el “horizonte que ya se mira” y lucha por otro mundo, nuevo y mejor, en los ojos de los compas.
Y por eso, más tarde, cuando un puñado de campesinos en Atenco pagaron muy alto su lucha por la tierra –“nuestra tierra es nuestra memoria y el futuro de nuestros hijos”, nos dijeron–, un árbol de olivo pensamos ofrecerles.
Es muy difícil hacer crecer olivos en la tierra seca, tierra casi hecha de polvo, tierra de Atenco. Y difícil lo es también en el lodo de la Selva Lacandona. Sin embargo, se plantaron y ahí crecen, simbolizando la lucha, la esperanza, la solidaridad... Es decir, lo que es nuestro futuro.
¿Y aquí en Grecia? Implacables los números:
Cinco millones 180 mil árboles de olivo se quemaron: desastre económico.
2.3 millones de hectáreas de bosques se quemaron: desastre ecológico.
73 personas se quemaron: daños colaterales.
Pero no se quemaron, las quemaron. Las quemaron. Porque ya nada simbolizan los árboles de olivo, ni la memoria ni siquiera las vidas humanas. Para ellos, “los de arriba”, para los que por su avidez nada vale el presente, el pasado y el futuro, sino sólo “el poder” y sus ganancias: ¿qué puede simbolizar un árbol de olivo?
Mil y millones de veces se ha dicho: hay culpables y no van a pagar.
Sin embargo, nosotros y nosotras debemos seguir luchando por justicia. Debemos no olvidar.
Debemos encontrar la manera de plantar un árbol de olivo en nuestra tierra, que la quemaron. Un árbol de olivo. Para simbolizar –y recordarnos también– la rabia que sentimos.
Para que no se pierdan en el olvido los recuerdos del pasado, que no se pierda en el olvido la rabia del presente, que no se pierda en el olvido nuestro propio futuro. Que algunos, con nombre y rostro, nos lo pisotean. Allá y aquí. En Atenco y en Olimpia, en la Selva Lacandona y en el Peloponeso, en México y en Grecia, en Europa y en América Latina. En el mundo entero.
¡Que rencontremos en nuestro presente la fuerza de lo que simboliza el pasado que guardamos –nuestro pasado, no el suyo– y el futuro que soñamos, nuestro futuro, no lo que quieren imponernos!
Un árbol de olivo no es suficiente. Lo sé. Sin embargo, ¿si lo plantáramos y cuidáramos su futuro, inventando el nuestro? Con algo, alguien, tiene que empezar cada vez. ¡Hay que inventarlo! Es urgente.....
* “Campaña Una Escuela para Chiapas” de Grecia