jueves, 31 de julio de 2008

Revelan el mapa íntimo de mexicanas que cambiaron lujo por la lucha revolucionaria

Araceli, Nicaragua 1976-1979, la libertad de vivir, libro homenaje de Ema Yanes Rizo.


Blanche Petrich


Araceli Pérez Darias –bueno, no ella, sino una tanqueta que así fue “bautizada” por los muchachos sandinistas que se la arrebataron a la Guardia Nacional– salió de madrugada de la ciudad rebelde de León, al frente de una columna insurgente, y entró en Managua ese 19 de julio de 1979 a incorporarse al río de pueblo jubiloso que se concentraba en la plaza central de Managua. Iba triunfante, cargada de jóvenes guerrilleros. Araceli, la mexicana del Frente Sandinista de Liberación Nacional, a quien honraban de ese modo, había caído en abril, cuatro meses antes, en la etapa final de la insurrección contra la dictadura de Anastasio Somoza.

Su cuerpo quedaba en una fosa común, junto con insurgentes. Araceli tenía entonces 34 años. Al entierro asistieron miles de personas de los barrios insurrectos, desbordando los primeros diques del miedo a la tiranía.

La noticia de su muerte provocó un profundo impacto en México. El comité de solidaridad adoptó su nombre: Casa de la Amistad México-Nicaragua Araceli Pérez Darias. Su tanqueta fue a dar a un sitio de honor en un pequeño museo de la revolución. Ahora, 29 años después, se publica un libro que redondea ese homenaje a la vida de una internacionalista.

La autora, Emma Yanes Rizo, historiadora, explica los motivos que la movieron a escribir sobre esta mujer, vecina suya en sus años de adolescencia y amiga de su madre, Emma Rizo. “Hay una deuda que saldar con todos esos jóvenes que brindaron su vida para liberar a Nicaragua de la dictadura de Somoza.”

El libro “pretende tan sólo recuperar la memoria de una de tantas mujeres que dieron su vida por lo que les pareció una causa justa”, señala la autora. En realidad, consigue algo más: esbozar el mapa íntimo de una generación de mujeres que transitaron, desde la comodidad y las ambivalencias de la clase media mexicana de la década de los años sesenta, hasta el compromiso que exigía una entrega total con lo que entonces se llamaba internacionalismo revolucionario.

“¿Valió la pensa la muerte de Araceli?, suelen preguntarme una y otra vez quienes saben que escribo el presente libro. En realidad no lo sé; la revolución sandinista chocó contra sus propias limitaciones y con una realidad geopolítica. Tengo claro, sin duda, que para Araceli misma valió la pena su vida y eso es lo que importa”, apunta el prólogo.

Contemporánea de esta internacionalista, su amiga Adriana Luna Parra trata de cerrar el círculo del tiempo, uniendo el recuerdo de Araceli con el de los cuatro estudiantes muertos en la primavera de este año, durante el bombardeo del ejército colombiano contra un campamento de las FARC en territorio de Ecuador.

Ellos, junto con Lucía Morett, que sobrevivió al bombardeo y hoy vive exiliada en Nicaragua, representan para las nuevas generaciones lo que Pérez Darias significó en su tiempo, comenta Luna Parra: “una forma de vivir despojada de egoísmo, que lleva hasta el límite el ser íntegro y consecuente entre lo que se piensa, se dice y se hace”.

La diferencia, se lamenta esta activista, “es que en nuestro tiempo supimos valorar y honrar a Araceli. Hoy estos jóvenes son denostados y calificados de terroristas. ¿Y por quiénes? Por los que solapan al presidente de Colombia, Álvaro Uribe, asesino confeso de nuestros jóvenes”.

Araceli, Nicaragua 1976-1979, la libertad de vivir es publicado por la Editorial Itaca y el Seminario México Contemporáneo de la Dirección de Estudios Históricos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).

Araceli nació en Madrid en 1945, antes de que sus padres emigraran a México. Vivió en San Ángel, estudió en colegio de monjas e ingresó a la carrera de sicología en la Universidad Iberoamericana. “Éramos dos niñas bien que aprendimos juntas a tomar conciencia del país en un universo, como el de la Ibero, que estaba más cerca de la ultraderecha del MURO que de las opciones de la izquierda”, relata Adriana.

Juntas recibieron el impacto de la noche de Tlatelolco en 1968; se unieron a un círculo de estudios de marxismo en el movimiento espartaquista y aprendieron a rechazar la injusticia.

Ya cuando era una joven profesionista, llegaron los sandinistas hasta su departamento en Coyoacán. Entre ellos, dio albergue a un viejo campesino, fundador del FSLN, Germán Pomares (quien caería poco después), una de las influencias determinantes en su vida.

Araceli se unió a la revolución en Nicaragua, la experiencia insurreccional más importante y cercana a su geografía y a su generación. Luego llegaron a Coyoacán, entre muchos otros, Joaquín Cuadra, que fue su compañero, y Herty Lewites. Era cuestión de tiempo para que se trasladara primero a Honduras y después a Nicaragua, cada vez con mayores responsabilidades políticas y militares. Los testimonios de ambos forman parte del libro.

Después del triunfo del sandinismo, Cuadra fue jefe del ejército, incluso durante el gobierno postrevolucionario de Violeta Chamorro. Lewites fue ministro de Turismo y luego alcalde de Managua. Ambos rompieron con el oficialismo de Daniel Ortega.

Lewites murió en 2006, durante la campaña electoral en la que le disputaba la presidencia a Ortega.

Eugenia Monroy, otra mexicana que siguió esa ruta, recuerda: “Nuestro encuentro con el FSLN nos dio la oportunidad que buscábamos de hacer algo concreto, no sólo teórico”.

Ya en la guerra, las dos mexicanas, urbanas y clasemedieras, hicieron un pacto para vencer los obstáculos: nunca decir que estaban cansadas o tenían miedo. Así la recuerda Dora María Téllez, hoy también opositora al gobierno de Ortega: “Me acuerdo de Pila. Tenía buena puntería”.

Por eso, sus compañeros del Frente Occidental bautizaron con su nombre la tanqueta que, muchos años antes, el dictador cubano Fulgencio Batista le regaló a su colega nicaragüense Somoza. Por eso Emma Yanes escribió este libro. Por eso Thelma Nava dice en uno de sus poemas: “Algún día haremos el recuento de toda la generosidad rendida”.

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